miércoles, 10 de noviembre de 2010

"Ruben Dario" - Juan Miguel Hurtado

a Eduardo Hurtado

y no hallo sino la palabra que huye…
Rubén Darío, Yo persigo una forma

Si repasamos todo Polanco, son en realidad pocos los poetas puros –aquellos cuya obra de vida fue la poesía– que vieron sus nombres plasmados en las calles: Lord Byron, Tennyson, Elliot. Pero como es ya costumbre, Polanco guarda una sorpresa: haciendo a un lado el cuestionable caso de Andrés Bello, sólo hay un poeta –de hecho un solo escritor– hispanoamericano.
Comenzaré por lo más obvio: poeta y diplomático nacido en Metapa, Nicaragua en 1867. Al igual que su verdadero nombre (Félix Rubén García Sarmiento), su nacionalidad resulta insignificante: fue un constante trotamundos, en todo caso un latinoamericano imbuido por el espíritu europeo. Entre sus andares, sólo llegó una vez a México. Venía como representante del gobierno de Nicaragua para las fiestas del Centenario de la Independencia; tras su llegada al puerto de Veracruz hubo un golpe de estado en su país; nunca llegó a la capital.
Para los que recuerdan sus libros de texto, se le toma como padre del modernismo, que habría nacido con su libro Azul (1888). No es desmerecida esta percepción; aunque en realidad fue amalgama entre la primer y segunda generación de modernistas, fue sin duda alguna un parte aguas, no sólo para el movimiento en sí, sino para la historia de la poesía en lengua castellana. Por si fuera poco, él fue quien lo oficializó, al darle su nombre.
Pero, ¿Qué es el modernismo? ¿Por qué es importante? Después del tenue resplandor que dio durante el romanticismo, la lengua española, en especial su poesía, queda como un campo árido y arcaico. Los hispanoamericanos, apenas acostumbrándose a su independencia y llenos de ánimo expresar el nuevo mundo que discernían, se encontraron con un lenguaje encerrado en el provincialismo, la tradición y el pasado. Entre aquella niebla, algunos escritores del continente voltearon hacia otras poéticas, principalmente la de los (románticos y parnasianos) franceses. Esa fue la primera innovación; como diría Darío, “el modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y la buena prosa franceses”. Aunque en esa frase intencionalmente provocadora no se le hace justicia, también la literatura anglosajona jugó un papel importante, en especial la de Whitman y Poe.
Sin embargo, el espíritu del modernismo va más allá de sus influencias. Por un lado, en palabras de Octavio Paz, marca el inicio de la “fusión entre el lenguaje literario y el habla de la ciudad”. Por otro, funda la idea de decir lo indecible, descifrar el orden del universo a través del lenguaje y del ritmo, hacer a las palabras decir más de lo que por sí solas dicen… y la obsesión de los poetas por fungir como los intermediarios. El modernismo fue la primera expresión literaria, más precisamente poética, pura y libremente hispanoamericana, pero su influencia marca el origen de toda la poética contemporánea en castellano.
Rubén Darío es el centro del modernismo, esta nueva poética que fundió los espíritus de la literatura romántica, simbolista y española. Según Paz, fue tanto su crítico como su conciencia. Su poesía está marcada por esa búsqueda de formar un puente entre lo tangible y lo intangible que conforman el universo; bajo su escritura “la poesía es reconciliación”.
La calle de Rubén Darío, antes Fundición, es sin duda una de las más bellas de Polanco. Es en sí misma una metáfora, está rodeada por sus fuentes de inspiración: por un lado, los iconos de la sabiduría y literatura occidentales; al otro, la naturaleza.
Poemas recomendados: “Los motivos del lobo”; “A Margarita Debayle [Margarita, está linda la mar]”. Libros recomendados del autor: Azul, Cantos de vida y esperanza, Prosas profanas. Sobre Rubén Darío: Octavio Paz, Cuadrivio.

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