Honraré a la Navidad en mi corazón, y trataré de mantenerla ahí todo el año
Charles Dickens, Cuento de navidad
Hay demasiado de Dickens entre nosotros para saber dónde comenzar acertadamente. Su fantasma nos persigue como al famoso Scrooge de su cuento. El más grande novelista inglés de la era Victoriana podría muy bien ser, sin temor a exagerar, el más influyente novelista en el panorama literario actual.
El reinado de Victoria (1837-1931) marca la época más próspera e industriosa en la historia del Imperio Británico. Sus trenes y barcos, inventos recientes, llevaban a todos los rincones del mundo los productos de sus fábricas industriales, regresándole después inmensas sumas de capital. En esta escala, la Gran Bretaña era un imperio próspero y digno del inmenso orgullo de sus habitantes. Sin embargo, con el capitalismo voraz brotó un inmenso abismo entre la población que la polarizó hasta un punto extremo; para José Emilio Pacheco “muy pronto los victorianos expresaron sus dudas sobre el sentido y el precio humano de un desarrollo a toda costa que acumulaba inmensos capitales a cambio de engendrar miserias y sufrimientos nunca vistos”. La situación se hacía más evidente en las grandes ciudades industriales, como la propia Londres.
La novela moderna nació frente a ese panorama. Los novelistas se convirtieron en “el historiador de la vida privada. El cronista de la gente que no tiene historia, el corresponsal del hoy fugaz que de otro modo se evapora sin dejar huella”. Sus escritos, herederos de los cuentos épicos de grandes héroes y reyes, migraron hacia “la epopeya de los pobres”. Frente a la literatura romántica, exacerbadamente individualista, nació este género que buscaba explicar y retratar a la sociedad en su conjunto.
Charles Dickens es el gran inventor –y a la fecha nadie ha superado al maestro– del melodrama urbano. Su historias recogen a estas almas perdidas de la ciudad a través de distintos ojos: la del niño desamparado o huérfano (Oliver Twist, David Copperfield), la del migrante del campo (Grandes esperanzas), la del obrero (Tiempos difíciles).
En vida fue amado como nadie a todos los niveles: por los miserables, despojos del capitalismo, porque se veían reflejados y hasta reivindicados cuando se les leían en voz alta los minuciosamente descriptivos capítulos de sus obras publicados en los periódicos; los burgueses porque, al fin y al cabo, ponía al frente, como solución máxima, apegarse a los valores morales victorianos: honestidad, caridad cristiana; fue por excelencia el novelista familiar leído en la sala de la casa. Su popularidad era descomunal y se desbordó hasta Estados Unidos, donde la gente se abarrotaba en los muelles para preguntar a los marineros cuál había sido el desenlace del último capítulo escrito por Dickens. En ocasiones tuvo que cambiar la trama para que la gente no sufriera demasiado con el destino de sus personajes.
“Clásico tan universal como Shakespeare”, nos legó los efectivos arquetipos de todo el entretenimiento popular, al grado que muchos lo tacharon de un mero entretainer, más que de un gran novelista. Es, para bien y para mal, responsable del triunfo del best-seller, de los personajes y tramas de prácticamente cualquier telenovela (los buenos buenísimos, en sus novelas obreros y miserables, frente a los villanos capitalistas). Podríamos ir tan lejos como achacarle también el éxito de la comedia romántica en el cine, arte que también le debe mucho, pues D.W. Griffith, creador del montaje cinematográfico, confesó haberse inspirado en la técnica narrativa de Dickens.
Por último, y muy adhoc para estas épocas, “a él se debe en gran medida el concepto de la Navidad como celebración de la paz y armonía familiares”, gracias a su Cuento de Navidad, que grabó para siempre en nuestra memoria al personaje del Tío Scrooge que con tanto éxito reprodujo Disney.
Juan Miguel Hurtado
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