Y aquí en el cafecito, sin ti… soy como dos a solas
F. Pessoa
¿Cuántos libros se habrán escrito?, ¿¡cuántas canciones y cuántos poemas!?... y todo, por culpa de un amor perdido.
Hoy, yo no voy a intentar venderles aquí en mi alma-cén ninguno de esos libros, canciones o poemas, de que dicen “y sigue de amor la flama”; pero sí les voy a regalar algunos ingredientes para lograr, en caso necesario, cambiar, modificar o incluso borrar el contenido mental negativo –en algunas ocasiones, hasta catastrófico– que nos impide entender, curar y sobrevivir la pérdida… para poder seguir adelante.
Quiero empezar con los más dulces: lo primero a saber:
-El proceso de curación tiene comienzo, duración y cierre.
-Cada quién tiene su ritmo y tiempo.
-¡No se pongan máscaras para quedar bien con nadie!
-La naturaleza y el universo están de nuestro lado.
-¡Vamos a estar mejor!
-Visualicemos… estoy vivo(a). ¡Sobreviviré! No se dejen marear por tanto término psicológico y tantos pseudoterapeutas que de pronto inventan estrategias de mercadotecnia para vender la verdad (eso sí, no nos dicen en qué esquina la venden, ¿verdad?) y que nos hacen listas interminables de las etapas que hay que vivir a según sus clichés.
De una forma sencilla, que no mareadora, las etapas son:
-Shock o negación. Aquí no podemos creer que hayamos terminado la relación. La mente lo niega. El cuerpo se anestesia y es, en este momento, donde nuestras defensas toman acción para protegernos del impacto.
-Miedo, dolor, rabia, depresión. Son emociones y reacciones asociadas con la pérdida. En esta etapa perdemos la concentración, olvidamos las cosas, sentimos angustia, pérdida de fe.
-Entendimiento y aceptación. En esta etapa nos damos cuenta que hemos sobrevivido al dolor. Que ya podemos escuchar una cancioncita, o aspirar un aroma que nos recuerde al amado, ya distinto y distante, y no nos devasta.
-Nuestro cuerpo está sanando. Nuestra mente acepta pasar a un nuevo capítulo y nuestro espíritu recobra fe.
En las etapas mencionadas anteriormente no debemos olvidar cuidarnos y apapacharnos. ¿Cómo? Intentar descansar más, tratar de relajarnos y dormir dos o tres horas extras; ser gentiles con nosotros mismos, no tratar de hacer todo a la vez, y sobre todo, no andar “cilindreándonos” con lo mismo.
Tenemos que descansar nuestras emociones, tener cuidado con las noticias o películas que nos afecten y reuniones donde haya mucha gente. Entender la pérdida implica hacer contacto con nuestros sentimientos sin descalificarlos ni anularlos. Por ejemplo, en un solo día podemos sentir enojo, culpa, frustración, alivio, pero no hay que temer a esos sentimientos… van a pasar.
Recordemos que el proceso continúa aun cuando ya estemos sintiéndonos mejor. Los recuerdos pueden volver cuando se les pase a antojar, no avisan y no piden permiso.
¡CUIDADO! Eso no significa que nos estamos hundiendo de nuevo en la depresión o la tristeza.
Es el rezago, que como llega… pasará, si es que auténticamente vivimos una a una las etapas de duelo. Existe una estrategia infalible que nos ayuda enormemente en el camino hacia la curación, y consiste en hacer por nosotros mismos todo aquello que de pronto hacíamos por ese amor que ya no es nuestro. Desde comprarnos un regalo, por pequeño que sea, hasta masajear nuestros pies con mucha cremita mientras vemos una novela o el fútbol. Esto no irá permitiendo el ir formando poco a poco una red de apoyo positiva, que nos irá fortaleciendo en nuestra persona, familia, trabajo y amigos. Créanme que ahí irán descubriendo a su yo más fuerte, a su yo perdonador.
Los seres humanos tardamos tanto en confiar en nuestros propios arsenales que dejamos de ver lo divino que hay en nosotros. ¡Ya quiéranse más, por favor, se los pido!
La canción que más ha sonado hoy en el alma-cen dice más o menos así:
“¡Que la chancla que yo tiro, no la vuelvo a levantar!”. Y me voy… tarareándola…
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