La importancia y trascendencia de un filósofo es lo más complejo de resumir, no importa si es en un breve espacio o en tomos completos. En parte, porque, contrario a lo que se piensa, los grandes filósofos no caducan ni se superan, sino que su legado se cuela hasta el presente no sólo en el ámbito académico, sino en cómo pensamos, percibimos e interpretamos hoy. Hegel fue (es) un pensador titánico y monstruoso, al grado que tras casi doscientos años se sigue discutiendo con él. En consecuencia, todo lo que viene a continuación implica una simplificación que requeriría de cientos de matices.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació en lo que hoy es Alemania en 1770, durante un periodo en que la filosofía seguía íntimamente relacionada con la religión (Hegel estudió teología). Sin embargo, la mentalidad estaba cambiando; con el triunfo de la Revolución Francesa (1789) y posteriormente la propagación de la separación de la religión frente a los asuntos públicos e intelectuales (principalmente debido al domino de Napoleón en Europa) se hizo inminente para los pensadores emprender un nuevo camino.
En Alemania todo giraría alrededor del Idealismo. Esta corriente filosófica retomó a pensadores tan antiguos como Platón; su iniciador fue Immanuel Kant, quien es considerado por algunos como el responsable del pensamiento crítico moderno: los idealistas dan prioridad al mundo de las ideas sobre el material, y Kant cuestionó el que podamos conocer los objetos, el mundo material, tal cual es; para Kant nuestra mente contiene una especie de red de categorías en la que vamos colocando lo que observamos (entendemos que un gato es un gato porque existe la categoría). Así inició (involuntariamente) una lucha entre quienes piensan que el mundo existe por sí mismo y quienes, en menor o mayor medida, lo consideran una construcción mental.
Hegel continuó y sistematizó el idealismo. Para él, el mundo en sí, creación divina, es un espacio de contradicciones infinitas. Las cosas que son (tesis) aparecen sólo en oposición a otras (antítesis), y estas dos ideas se funden en una para hacerlas inteligibles (síntesis); cada síntesis se convierte a su vez en una nueva tesis. Para Hegel el universo es así, y por lo tanto sólo siguiendo esta fórmula, llamada dialéctica, podemos acceder a conocerlo.
Como muchos idealistas (desde Platón), su filosofía iba enfocada a descubrir la finalidad del ser humano, y así concluyó que nuestra eterna lucha por llegar a la libertad absoluta (a Dios) era progresiva (vamos caminando hacia algo mejor). Bajo su mirada, Dios no sólo lo sabe todo (omisciente), no sólo está en todas partes (omnipresente) sino que es todo; por lo tanto, el camino a Dios, previamente trazado por la Providencia, es el camino hacia el conocimiento total: Dios es la síntesis de todas las síntesis, la misión del hombre es descubrir todas las contradicciones para llegar a Él.
Las teorías de Hegel son tan amplias y complejas que fueron retomadas con resultados disímbolos. Sus seguidores se dividen en “derecha” e “izquierda”, los primeros se centraron en su filosofía tal cual, y llegaron a pensar que el estado prusiano (su Espíritu) había llegado a su máximo nivel de desarrollo; los de izquierda lo negaron, y buscaron complementar o adaptar las teorías hegelianas. El más famoso de estos últimos fue Karl Marx, quien aplicó la misma visión histórica de Hegel (el camino progresivo hacia la libertad total) a las teorías materialistas: el mundo se rige por la economía, la misión del hombre, su búsqueda por la libertad, consiste en lograr la igualdad material absoluta.
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